viernes, 27 de enero de 2012

Clase # 4


2.1.2. Características del signo

Existen muchos criterios respecto a las características generales de los signos. Las que más comúnmente se les concede son:
·         Convencional
·         Institucional
·         Motivado
·         Arbitrario
·         Histórico
El signo es convencional. Es producto de una convención, de un ponerse de acuerdo entre los sujetos que lo utilizan. Por ejemplo, en Guatemala establecimos la convención de decir “regáleme un jugo”, cuando vamos ala tienda de la esquina a comprar el citado producto. Por ello, el carácter convencional del signo exige que este deba ser socialmente compartido para cumplir su función comunicativa. Si decimos esa frase en Venezuela, probablemente se rían de nosotros.  
Para ser válido, debe ser compartido por emisor y receptor. Cabe aclarar que, en la práctica, ambos sujetos pueden estar representados por la misma persona. Es el caso de los diarios íntimos, en donde el autor crea sus propios códigos. Pero aún en estos casos, el propio autor se tiene que poner de acuerdo consigo mismo para establecer el valor de los signos que está creando.
Cuando el signo no es producto de una convención, deja de serlo, ya que deja de servir como medio para comunicar. Por ejemplo, hace muchos años pedí un licuado en una ciudad mexicana. La señorita dependiente me preguntó con amabilidad “¿quiere popote?” y yo le contesté “Échele un poquito, por favor”. Yo no conocía la convención establecida en México de llamar “popote” a lo que en Guatemala llamamos “pajilla”. Al no participar de la misma convención, el proceso de comunicación no fue efectivo.
Existen signos en los cuales no pareciera existir convención alguna. Por ejemplo, cuando se dibuja algún animal espontáneamente. Ese dibujo está compuesto por signos y pareciera no obedecer a ninguna convención. Sin embargo, la cultura en la que se encuentre el dibujante le condiciona para realizar los dibujos. Las personas “aprenden” a representar las cosas de una u otra manera y ello se refleja en el dibujo. Lo mismo podría pensarse de una fotografía. Aparentemente, las fotos son espontáneas y no obedecen más que al objeto mismo fotografiado. Sin embargo, tampoco es así. Por ejemplo, si una persona quiere fotografiar una iglesia, seguramente va a buscar un ángulo en donde se vea la fachada u otra parte del edificio que la cultura le asigne a una iglesia: la cruz, la bóveda, etc. Por ello, incluso una fotografía obedece a una convención[1]. El caso de las onomatopeyas es similar. Cuando queremos representar el ladrido de un perro pareciera que solo imitamos el sonido que los animales emiten: “guau-guau-guau”. Sin embargo, también esa aparente imitación es cultural y obedece a convenciones. Como muestra de ello, veamos cuántas formas distintas de representar el ladrido existen: woof, woof; bau, bau; rao, rao; ouah, ouah, fab, fab; etcétera. (cada una de ellas en un idioma distinto).
Descripción: [Dogs_16C.gif]
(Tomado de El mundo de las lenguas y de las nuevas (o no tan nuevas) tecnologías.
Capturado el 26/01/2012
No todas las convenciones son iguales. Existen signos fuertemente convencionalizados, aceptados por una gran cantidad de usuarios y con un significado unívoco; la relación entre significado y significante es estable. Por ejemplo, los signos matemáticos (+, -, x). Estos, como la mayoría de signos empleados por las diferentes ciencias, obedecen a una convención muy fuerte. En este grupo podrían ubicarse las palabras del nivel “estándar” de una lengua. Por ejemplo, en español, las palabras perro, niño, árbol, etcétera. En el lado opuesto se encuentran los signos con una convención muy débil, por lo que la relación entre significante y significado también lo es. Por ejemplo, una sonrisa, cuando se le asume como significante del significado “aprobación”. Existe una convención social en nuestra cultura por medio de la cual una sonrisa es signo de aprobación. Sin embargo, en muchas situaciones específicas dudamos si una sonrisa en particular nos está significando aprobación, burla, indiferencia, etc. Ello se debe a que la convención es débil. En la lengua, el ejemplo más típico de convención débil es el de las palabras apocopadas con las que solemos nombrar a nuestros familiares más cercanos. Por ejemplo, a mi hija (Isabel) a veces le llamamos “chigor”. El sonido no tiene relación alguna con su nombre, pero hemos creado esa convención que solo es válida para los miembros de mi familia.
Las palabras del lenguaje cotidiano presentan una convención intermedia. De ello se valen los poetas para crear una gran cantidad de imágenes o metáforas; gracias a que las palabras poseen la polisemia (con una palabra se pueden expresar muchos significados) y la sinonimia (un mismo significado se puede expresar con varias palabras). Lo anterior significa que con los signos lingüísticos se pueden establecer muchas relaciones significante-significado.
El signo es institucional. Ya vimos que, según sea la convención, los signos solo existen para un determinado número de usuarios. Entendemos “institución” como un grupo de personas (o una sola) que tiene cierta cohesión u organización. Por ejemplo, la sociedad guatemalteca es una institución. También lo es una persona solitaria que crea sus propios signos para comunicarse consigo mismo.
Existen instituciones sólidas, cuya conformación obedece a reglas bien pautadas. En ellas, los signos utilizados poseen una convención fuerte. Por ejemplo, en Guatemala, las “maras” son instituciones cuyos signos son fuertemente convencionales. Con ello se garantizan exclusividad en sus signos. También las diferentes ciencias, que crean sus propios signos unívocos: las matemáticas, medicina, lógica, etc. Todas las ciencias crean sus códigos exclusivos para garantizar que la relación significante – significado sea estable y no se preste a equívocos.
Podemos observar, por ejemplo, que las matemáticas tienen signos muy fuertes. Otras instituciones, en cambio, son débiles o carecen de una cohesión interna sólida, por lo que sus signos también son poco convencionalizados. Por ejemplo, un grupo de personas que se reúne en torno a un hecho fortuito y que crea signos espontáneos. Imaginemos la reunión de dos niños en el aeropuerto: uno chino y uno guatemalteco. Crean signos muy elementales, como señas, movimientos, gestos; que solo les sirven a ellos en esos momentos y que se olvidan pasado el encuentro casual.
Fuera de su sociedad o grupo que establece su convención, los signos dejan de serlo. No es correcto decir, por ejemplo, que el humo es el “signo” natural del fuego; en todo caso, es su consecuencia o una de sus partes. El humo podrá ser considerado como “signo” si una institución (que puede estar formada por una sola persona, como en la historia de la mujer perdida) lo convierte en tal. Esto significa que el signo es válido solo para determinada institución social,  es decir, para determinado grupo, sociedad o cultura. Un signo nunca tiene validez universal. Su alcance es limitado a la institución en donde, por convención, fue aceptado. 
El ejemplo clave en este caso son los diferentes idiomas. Así, la palabra casa significa, más o menos, lugar para vivir, pero solo para los hispanohablantes. Es casi seguro que para algún sudafricano esos mismos sonidos o letras no signifiquen nada o signifiquen otra cosa.
No existe signo que sea válido para todas las personas, para todas las instituciones. Aunque se pueda pensar, por ejemplo, que el semáforo es válido tanto en Guatemala como en Pekín, seguramente si el miembro de una tribu africana llega a una ciudad, no sabrá el significado de este aparato. Por ello, no podemos decir que el semáforo sea un signo universal.
El signo es arbitrario. No existe relación necesaria entre significado y significante. El significante león no tiene ninguna relación directa con la idea mamífero carnívoro que vive en la selva. La relación se la otorga una convención, un grupo de personas, una sociedad. Por ello, esa misma idea (mamífero carnívoro que vive en la selva) puede ser expresada con otras palabras, con una fotografía, con un dibujo. De igual manera, el significante león, puede tener otros significados en determinadas circunstancias.
Es conveniente insistir en el concepto “arbitrario”. En una forma sencilla podemos decir que arbitrariedad significa:
·         Que para transmitir un significado no existe solo un significante. Por ejemplo, para transmitir el significado “presidente de la República de Guatemala de 1986 a 1990” no solo puede hacerse con el significante “Vinicio Cerezo”. También se puede con una fotografía, una estatua, o con el pronombre “usted” si se está conversando con dicha persona.
·         Que para un significante no existe necesariamente un significado. Un mismo significante puede referirnos a distintos significados, según el contexto donde se encuentre. La fotografía de un marero (significante) puede “significar”, por ejemplo, “peligro” para una persona que tiene una imagen negativa de estos grupos marginales. Puede significar “necesidad de comprensión” para quien trabaje en una institución que se encargue de desarrollar proyectos de ayuda a dichos grupos; también puede significar “el amor de mi vida” para la novia del joven retratado.
     En consecuencia, por ejemplo, un retrato no es arbitrario porque no exista relación entre la imagen y el rostro de la persona retratada. Por ejemplo, un autorretrato de Frida Kahlo no es arbitrario porque no se parezca el retrato al rostro que lo motivó; o porque su autora lo haya pintado de una u otra manera. Sabemos que la propia Frida se hizo muchas representaciones pictóricas en las cuales resalta distintos rasgos de su personalidad. Cualquiera de sus retratos es arbitrario porque para transmitir la idea (el significado), por ejemplo “Frida Kahlo tiene roto el corazón” no necesariamente tenía que hacerse por medio de un retrato específico. Ella podría haber expresado el mismo significado por medio de otros significantes; por ejemplo, con un poema, una carta, un retrato distinto, una estatua, etc.
La arbitrariedad es fundamental para la evolución de los diferentes lenguajes ya que permite que los signos se vayan adaptando a las necesidades comunicativas de la sociedad. A veces, un signo nace para significar una idea, pero esta se transforma con el tiempo. Aunque se sigue usando el mismo significante, el significado ha variado. Por ejemplo, la palabra psicología surgió para identificar el estudio del alma. En ese tiempo, así se concebía a esta ciencia. Actualmente, se sigue llamando igual a la disciplina, pero ya no estudia el alma sino la conducta humana.
Así pasa con todos los signos. Debido a que existe una relación arbitraria entre significante y significado, el ser humano puede crear cualquier signo. Por ejemplo, la palabra ratón dejó de ser significante solo de un mamífero roedor gracias a que al mundo de la informática se le ocurrió bautizar con ese nombre al aparato que sirve para mover el cursor en las computadoras. Otro ejemplo relativo a la arbitrariedad del signo es el retrato de Jesús. Este significante ha evolucionado a lo largo de los siglos. De esa manera, sería difícil establecer los rasgos físicos del ser humano histórico que fue Jesucristo por medio de sus retratos. Hay retratos incluso contradictorios entre sí. Umberto Eco cita el ejemplo del dibujo (significante) con que se conoce al rinoceronte. Este semiólogo se dio a la tarea de investigar cómo se había dibujado a ese animal a lo largo de los siglos y descubrió que ha ido cambiando. Aunque las características físicas de este cuadrúpedo no han evolucionado, su signo (dibujo) sí.
Otra característica del signo es la motivación. Todo signo, para constituirse, requiere de una motivación por parte de la institución o persona que lo genera. La motivación es como la fuerza que conduce a los individuos a establecer una relación arbitraria entre un significante y un significado. Por ejemplo, cuando una pareja decide poner nombre a su hijo, busca una motivación: el nombre de algún familiar querido, un artista o persona influyente, el santo que aparece en el almanaque, etcétera. Esa motivación no debe confundirse con la falta de arbitrariedad: que le llamen Pedro o Juan es arbitrario; pero esa arbitrariedad fue motivada por algún elemento emocional.
Por ejemplo, cuando algún grupo o persona decidió llamar “rieles” a los zapatos, tuvo como motivación la comparación entre el deslizamiento de un tren y los pasos de una persona. Igual pasó con la palabra “ratón”. Quien la creó se motivó en algún parecido físico entre el animal roedor y el aparatito de las computadoras. Pero eso no significa que esos signos dejen de ser arbitrarios. Por ejemplo, al “ratón” de las computadoras bien le pudieron poner “tepocate” o “esperma”. El ponerle “ratón” fue una decisión arbitraria, motivada por el parecido entre ambos objetos.
El signo es histórico. Su valor está determinado por las circunstancias en que se realiza el proceso de comunicación. Esto significa, además, que el signo no tiene un valor preestablecido e inmutable. Más bien, adquiere el valor que las circunstancias y la praxis le confieren. De ahí que para conocer el significado de un signo tengamos que conocer su contexto. Lo histórico del signo también se refiere a su permanente evolución. La relación significante – significado nunca es estática. Cambia siempre de persona a persona. De lugar a lugar y de tiempo a tiempo. Por ejemplo, el retrato del legendario guerrillero Ernesto Che Guevara: en las décadas de los setenta y ochenta, portar dicho signo en una playera significaba el apoyo a los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Hoy, portar una playera con dicho signo significa solo esnobismo. Entonces, la relación significante – significado ha evolucionado de acuerdo con la evolución misma de la sociedad. Lo mismo sucede con la palabra “revolución”, asociada en décadas pasadas a cambios profundos y estructurales en la sociedad; hoy, suele usarse más en contextos empresariales como signo justamente de lo contrario: de la consolidación del sistema gracias a las transformaciones internas.


[1] Para mayor información al respecto se puede consultar Eco (2000), Eco (1997) y mi documento de apoyo a la docencia La imagen como fenómeno semiótico.

lunes, 23 de enero de 2012

Clase # 3 La lengua


Con esta clase iniciamos la segunda unidad del curso. En unidad 1 intenté definir qué es la lingüística y cuál es su objeto de estudio. Luego, desde una perspectiva funcionalista y semiótica traté de explicar la función esencial de la lengua en tanto que instrumento para la comunicación entre los seres humanos. A partir de esta clase entramos ya en materia lingüística. El tema que domina esta unidad es el de la lengua. A lo largo de las siguientes clases trataré de explicar los elementos esenciales de la lengua, así como las características que la diferencian de otros lenguajes.
La lengua es una institución que surge de la vida social como instrumento para la comunicación. No se ha podido demostrar desarrollo lingüístico en ninguna otra especie animal. Los experimentos al respecto evidencian que algunos gorilas desarrollan la capacidad de repetir vocablos y sonidos parecidos a los humanos, pero nunca lo hacen a nivel consciente; solo como meras respuestas reflejas a condicionamientos externos.
En esta unidad veremos tres temas básicos para comprender el lenguaje articulado:
a.    El signo: definición, elementos, características
b.    Naturaleza vocal
c.     Doble articulación
En esta clase, centraremos nuestro interés en repasar qué es el signo y cuáles son los elementos que lo conforman. Será tarea de la próxima clase reflexionar acerca de las características. Aunque abordamos el tema desde una perspectiva semiológica (es decir, reflexionamos acerca de cualquier signo en general), los ejemplos y las actividades harán más énfasis en el signo lingüístico.

2.1. El signo

La lengua, como todos los lenguajes, como todos los códigos, está formada por signos y reglas combinatorias que le permiten comunicar. Por ello, es necesario aclarar primero qué es un signo para posteriormente estudiar las características específicas del signo lingüístico. En esta clase solo reflexionaremos acerca de la definición y los elementos que lo conforman: significante y significado.
En el campo de la cultura el hombre está rodeado de signos. Todos los objetos que existen en la naturaleza pueden convertirse en signos en el momento en que sobre su ser material (significante) reciben un valor añadido: el significado. Por ejemplo, el cielo despejado es un fenómeno natural que existe con independencia de la conciencia humana. En sí mismo, no es signo; sin embargo, cuando una persona observa dicho fenómeno e interpreta de él que hace buen tiempo, lo está convirtiendo en un signo. Aunque no estén conscientes de ello, las personas transforman permanentemente toda la realidad en signos. Vamos por la calle e interpretamos de cada rostro algo distinto. La forma de vestir, la expresión facial, la prisa que lleva, son inmediatamente convertidos en signos que nos permiten “leer” toda la realidad.
Signo es cualquier cosa que nos transmite algún significado. En efecto, Umberto Eco, otra gran autoridad en la materia, define al signo como “cualquier cosa que pueda considerarse como sustituto significante de cualquier otra cosa.” (Eco, 2000: 22) Esta definición, por simplista que parezca, puede servirnos como eje para la comprensión de nuestro objeto de estudio. Cuando Eco afirma que signo es “cualquier cosa”, se refiere a que, en realidad, todo cuanto existe puede ser convertido en signo por el ser humano. En el ejemplo del cielo despejado, este puede ser convertido en signo cuando extraemos de él una información distinta de sí mismo. De hecho, cuando interpretamos el cielo despejado como signo de buen tiempo, estamos convirtiendo el cielo despejado en significante del significado buen tiempo.
En resumen, aunque existen diferentes criterios, la característica más evidente del signo es que evoca, sustituye o representa algo distinto de sí mismo. Por lo tanto, podemos considerar como signo, cualquier realidad que sustituye a otra y que la comunica.
El ceño fruncido (significante) es signo pero solo en el momento en que nos evoca enojo o algo parecido (significado). La palabra libro (significante) también es signo, puesto que nos remite a la idea de un conjunto de hojas impresas encuadernadas, o algo parecido (significado). También es signo un retrato (significante), pues nos evoca a la idea de la persona retratada (significado).
Todo signo siempre evoca algo que no está. El signo es una realidad presente que evoca algo ausente. De esa cuenta el ser humano puede convertir en signo absolutamente todo. Eso no significa que todas las cosas sean signos; más bien, quiere decir que toda la realidad puede ser utilizada como signo cuando se le considera en lugar de algo distinto. Por ejemplo, una ceja fruncida es simplemente una ceja. Pero se convierte en signo (mejor dicho, la convertimos en signo) cuando interpretamos de ella que la persona está enojada o contrariada.
Como vimos, pueden transformarse en signos las realidades más diversas: el frotar de las manos como signo de nerviosismo; un suspiro como signo de algún sentimiento; el edificio Tikal Futura como signo de la opulencia de algún sector de la sociedad guatemalteca; la diferencia entre Tikal Futura  y una covacha de un área marginal de la ciudad como signo de la profunda inequidad que vive nuestro país; etcétera.
Pero también podemos construir signos para expresar nuestros sentimientos. Por ejemplo, un pintor transmite sus emociones por medio de un cuadro. Pablo Picasso expresó en su cuadro Guernica todo el dolor que le causó el bombardeo de esta población por parte de los fascistas. En ese caso, el signo es el cuadro en mención. Algunos signos tienen dentro de sí otros signos. Por ejemplo, ese cuadro mencionado contiene la figura de un toro angustiado; también tiene un foco apagado como signo de oscurantismo, etc. Aunque el cuadro en general es un signo, está compuesto a su vez por varios signos más.
También son signos las fotografías, dibujos, señales de tránsito, movimientos del cuerpo, expresiones faciales, etc. A continuación explicaremos cuáles son los elementos que componen un signo.

2.1.1. Significante y significado

De acuerdo con la definición dada, el signo se compone de significante y significado. El significante sería la parte del signo que percibimos y el significado, la idea que evoca el significante. Veamos:



     Significante               Significado
    “Alemania”                       País de Europa central.

Ave palmípeda con pico ancho; se encuentra sobre todo en estado salvaje, aunque puede ser domesticado.
 
     Descripción: j0350356                     
    
El significante es la sustancia material del signo, la manera de manifestarse. Las letras o los sonidos de una palabra constituyen su significante. Una fotografía también constituye un significante. El significante siempre es perceptible por cualquiera de los sentidos. Veamos estos ejemplos:

Sentido
Significante
Significado
Olfato
El olor que sentimos cuando vamos sobre el puente del periférico y la Calzada Aguilar Batres
Pollo Campero
Vista
Descripción: j0215522
Pollo
Gusto
Sabor agridulce
membrillo
Tacto
Superficie rugosa en una cara y lisa en la otra; plana, delgada, rectangular...
lija
Oído
ladrido insistente
perros cercanos
Como puede verse en los ejemplos anteriores, cualquier cosa del mundo puede ser significante siempre y cuando se le asigne como significado algo distinto de sí misma. Una persona tirando basura en el suelo puede convertirse en significante pero solo si al verla interpretamos algo; por ejemplo, que dicha persona no tiene conciencia ecológica. Mientras a esa acción no le asignemos un significado, va a ser simplemente un elemento del mundo que no interesa a la semiótica o a la lingüística pues no está comunicando nada.
El significado es la idea o el concepto mental que evoca el significante. Es importante destacar que el significado es, necesariamente, una idea, un concepto mental. Nunca es algo concreto. Por ejemplo, el significado de “membrillo” no es la fruta aludida en sí misma, sino la idea que socialmente se tenga de ella. De hecho, todos los “membrillos” que existen en el mundo son distintos y hasta ahora en estas páginas no me he referido a ninguno de ellos en particular; sin embargo, quien lee, me entiende porque tiene en la mente algún significado de esa fruta.
Imaginemos que alguno de los lectores de este texto no conozca a los membrillos; podrá preguntar a otra persona o consultar un diccionario. Aún sin haber visto un membrillo real, podrá formarse una idea de esta fruta. Entonces, tendrá en su mente un “significado” de membrillo. No necesitará de un “referente” para poder utilizar el signo “membrillo” (significante + significado).
La anterior aclaración es necesaria porque muchas personas dedicadas a la enseñanza de la lingüística continúan afirmando que el referente es un elemento del signo. Como veremos, esa idea se deriva de una interpretación equívoca de la teoría que formuló Peirce a principios del siglo XX.
Por el momento, es importante retomar la definición de “significado”. Decíamos que este es siempre mental o inteligible. Pero, ¿cómo se construyen los significados en la mente? Imaginemos que la siguiente conversación se desarrolló en algún lugar de la ciudad de Guatemala hace algunos meses:
Dos amigos querían comprarse pantalones.
—Vamos al Guarda —dice un amigo.
—Mejor a Pradera Concepción —contesta el otro.
En la anterior conversación se emplearon los signos (las palabras) “sexta” y “Pradera Concepción”. No existe un diccionario que informe el significado de ambos significantes, al menos en el sentido que se les da en Guatemala. Sin embargo, cualquier lector entendió lo que pretendían ambos amigos. Ninguno de ellos se inventó esos signos. Algún técnico, hace muchos años, nombró como sexta avenida a la que fue por muchos años la calle de comercio de la ciudad Capital. Por otra parte, a algún publicista se le ocurrió llamar “Pradera Concepción” al centro comercial que está en la salida a El Salvador. Pero cuando el primer amigo dijo “Vamos a la sexta” posiblemente no pensaba siquiera en la calle misma, sino en el montón de comercios informales que se encontraban en sus aceras. De ahí que la alternativa sea “Pradera Concepción”, un centro de comercio formal.
De lo anterior podemos sacar varias conclusiones:
El significado no lo inventa cada persona cuando utiliza un signo. Más bien, está dado de antemano por la cultura en la que se utiliza o por el contexto en que se emplee: El significado es una unidad cultural. De ahí que la conversación entre los amigos posiblemente no tenga mucho sentido para un colombiano o incluso para un niño que ya no conoció la sexta avenida como está ahora. Al menos, no tendrá el mismo sentido.
La relación entre el significante y el significado depende del contexto. “Vamos a la sexta” puede significar muchas otras cosas. Si la dicen dos amigos caminando por las calles de Jutiapa, se podrá referir a una calle también llamada sexta pero distinta a la de la zona 1 de la Capital. Si lo dice una persona dentro de un concurso en el cual se gana al llegar a la sexta casilla, seguramente significará que “vamos a ganar”, etcétera. 
De acuerdo con lo anterior, el significado que se asigne a un significante va a estar siempre condicionado y determinado por las características culturales de quienes lo utilicen. Por ejemplo, el significante “estrella polar” significa simplemente un punto de luz en el cielo para una persona común. Para un enamorado puede significar esperanza y para un astrólogo, un objeto de estudio astronómico. Esto se debe a que los tres sujetos están ubicados en situaciones culturales diferentes.
Otro ejemplo: imaginemos a una mujer perdida en el centro de la selva. Un tigre la sigue de cerca. Se siente desesperada. Cuando la fiera está a punto de darle alcance, la mujer divisa una nube de humo que asciende al cielo. “Estoy salvada —piensa— cerca hay una casa”.
En nuestra historia, la mujer perdida convirtió en significante al humo que visualizó ya que le asignó el significado “cerca hay una casa”. Sin embargo, el humo, antes de ser visto por la mujer, no era signo. Era simplemente humo, un elemento existente. Su ser de signo lo obtuvo hasta que un ser humano —la mujer— lo convirtió en significante (humo) de algo distinto de sí mismo (cerca hay una casa).
El significante y el significado se definen por la relación de presuposición recíproca. El signo presenta siempre esa realidad bipolar. En el momento en que se reconoce algo como significante, simultáneamente se le asigna un significado. En el caso de una palabra, su significante sería la palabra en sí, las letras que la compone, los sonidos que empleamos para decirla. El significado sería su definición, lo que entendamos por esa palabra.
Pero la relación significante – significado no es estable. Puede cambiar cada vez que se utilice el signo. De ahí que un significante pueda poseer varios significados. Por ejemplo, en nuestra historia, el significante “humo” (percibido por la mujer con los ojos) significó para ella misma dos cosas:
Ø  Cerca hay una casa
Ø  Estoy salvada
Pero de igual manera, un significado puede expresarse por medio de distintos significantes. La conversación entre los dos amigos pudo haberse expresado así:
—Vamos a buscar pantalones “chafas”
—Mejor vamos a buscar pantalones “de marca”.
En conclusión, las relaciones entre significante y significado están condicionadas por la cultura en la que se utilicen y por el contexto concreto en el que sean empleados.


Actividades

1.    Realice un esquema o mapa de conceptos que explique, de forma gráfica, los temas abordados en este documento.
2.    A partir del mapa de conceptos, redacte un pequeño resumen de media página.
3.    Rastree a lo largo del documento los diferentes ejemplos que ofrezco para explicar cada tema desarrollado. Luego, sustituya el ejemplo aportado por otro que usted mismo redacte.

lunes, 16 de enero de 2012

Clase # 2 Lingüística y comunicación



¿Por qué un curso de lingüística teórica en el 7º semestre de la licenciatura en ciencias de la comunicación? La respuesta resulta obvia: la forma de comunicación más efectiva, económica, versátil y completa es la lingüística. El estudio de esta ciencia permite comprender los mecanismos que el ser humano utiliza para comunicarse de la forma más efectiva. Con ello, se comprende también la esencia del ser humano, como veremos adelante.
Sin embargo, debemos escapar de esa visión pragmática-tecnocrática que pretende lograr una utilidad inmediata en cada acción. Ninguna ciencia tiene una aplicación práctica, inmediata. Ello es característico de las técnicas, no de las ciencias. Toda ciencia es descriptiva y, en principio, busca la producción de nuevos conocimientos. Su aplicación es, siempre, mediata: a partir de sus descubrimientos, desarrolla técnicas y son estas las que finalmente se aplican en la resolución de problemas concretos.
Así es que el estudio de la lingüística teórica, como el de la filosofía o la lógica, no reporta beneficios inmediatos. Pero, sienta las bases indispensables para el desarrollo intelectual ulterior del profesional de la comunicación.
Veamos: como se sabe, el lenguaje es el vehículo del pensamiento. El desarrollo de ambos es interdependiente: a mayor desarrollo lingüístico, mayor desarrollo intelectual. El mejor canal para manifestar y comunicar las ideas es el que ofrece la lengua. De ahí que conocer cómo funcionan las lenguas (en el nivel teórico, no en el práctico) es una herramienta clave para comprender cómo se desarrolla el mundo intelectual.
Como es fácil deducir, muchas de las leyes que la lingüística descubre son válidas para todos los sistemas simbólicos que utilizamos para la comunicación. El descubrimiento de las estructuras lingüísticas llevado a cabo por Saussure, Hjemslev y otros, permitió a los antropólogos explicar muchas estructuras sociales presentes en diversas comunidades. La teoría de la competencia lingüística es la piedra angular para el abandono de las visiones positivistas en la educación y el florecimiento del llamado constructivismo pedagógico. Los conocimientos de la sintaxis gramatical han sido extrapolados a la sintaxis narrativa en el cine, para estructurar los noticieros, las secuencias radiofónicas, etcétera.

1.3. La comunicación lingüística

Dado que la función primordial de la lengua es la de la comunicación, es necesario detenernos en algunos aspectos específicos de esta. Las siguientes páginas fueron tomadas de mi texto Comunicación, semiología del mensaje oculto (Velásquez:2011), aunque le hice algunas adaptaciones para hacerlas congruentes con los objetivos de este curso de lingüística.

1.3.1. Un acto humano

La comunicación es exclusiva del ser humano. La idiosincrasia popular suele asignar a los animales la capacidad de comunicarse. Se habla del lenguaje de las abejas, del lenguaje de los chimpancés, etcétera. El “amor” que alguien siente por su mascota le hace jurar que esta se comunica. Hay quienes hasta se aventuran a afirmar categóricamente que existe un lenguaje de las abejas, de los chimpancé y hasta de las flores. Sin embargo, esos usos de la palabra son equívocos o en el mejor de los casos, metafóricos. Un rasgo esencial de la comunicación es el que es un proceso en el que se utilizan signos convencionales. Como veremos adelante, las señales que emiten los animales son simples reflejos condicionados. Ellos, más que comunicarse con intención, solo reaccionan instintivamente a condicionamientos externos.
Los seres humanos, en cambio, somos capaces de construir un mundo “paralelo” o independiente del mundo real. Como animales, poseemos instintos que condicionan muchos de nuestros actos. Sin embargo, justamente lo que nos diferencia del resto de animales es la capacidad racional. Gracias a la razón, somos capaces de convertir las experiencias y sensaciones en conceptos abstractos. Estos se presentan ante nosotros en forma de palabras o signos de diversa naturaleza. Por ello, en un sentido estricto, la comunicación es un acto exclusivamente humano.
Etimológicamente, comunicar significa poner en común. Ello alude a que dos seres comparten algo. De ahí que toda comunicación exija interacción entre los sujetos que se comunican y la posibilidad real de intercambiar los papeles de emisor y receptor. Greimas (1990) define la comunicación de la siguiente manera:
Las actividades humanas, en su conjunto, son generalmente consideradas como desarrollándose sobre dos ejes principales: el de la acción sobre las cosas, mediante la cual el hombre transforma la naturaleza, y el de la acción sobre otros hombres, creadora de las relaciones intersubjetivas que fundamentan la sociedad. Este es el eje de la comunicación (l990:73). Según lo anterior, siempre que existe comunicación, las personas actúan sobre otros seres humanos e influyen en su forma de ser, de actuar o de ver el mundo. Por ello, cuando se utiliza mal, la comunicación puede convertirse en un instrumento de dominación y manipulación. En cambio, cuando se asume como un hecho humano y social, la comunicación posibilita el desarrollo mutuo entre los interlocutores.
De acuerdo con Greimas, la comunicación se da necesariamente entre dos sujetos (que pueden estar representados por la misma persona o por muchas personas a la vez) que transmiten valoraciones del mundo o de los objetos que los rodean. Por lo tanto, provoca que los seres humanos se hagan, se modifiquen mientras experimentan un acto de comunicación. Es decir, es el acto mediante el cual los individuos conforman su ser y su universo de valores. Al respecto, Habermas (2002) plantea que la comunicación no solo ocurre por medio del lenguaje sino que las acciones mismas son manifestaciones de comunicación; es decir, en todas las interacciones con otras personas nos comunicamos.
Habermas (2002) plantea que todas las estructuras sociales se fundamentan en actos comunicativos y que estos tienen una naturaleza social. Sin embargo, cuando la comunicación se asume como un acto individual, se utiliza para lograr fines personales y se desnaturaliza su esencia social y humana. Desafortunadamente, esta comunicación es la que más se vive en nuestra sociedad. Una serie de factores le impiden desarrollar la conciencia del humano como ser de naturaleza social. Por ejemplo, el sistema competitivo por lo común obliga a ver en las demás personas a potenciales competidores.
En síntesis podríamos definir la comunicación como un acto humano en el cual dos o más personas comparten y participan de un mismo conocimiento de forma horizontal y con la disposición para el diálogo y la superación mutua. Esta definición deja fuera los procesos informativos en los cuales una persona utiliza el contacto con otra u otras para imponer sus intereses o puntos de vista.

1.3.2. Los códigos lingüísticos

Como en este curso nos interesa particularmente la comunicación lingüística, debemos tener claro que la lengua es un código, como lo son las señas, las imágenes, etcétera. Por ello, nos detenemos también en explicar qué son los códigos para, posteriormente, entrar a conocer lo específico del código lingüístico. Los siguientes párrafos fueron tomados de mi texto Teoría de la mentira (Velásquez, 2009), con las adaptaciones pertinentes.
Siempre que nos comunicamos, utilizamos signos; pero estos carecen de sentido si no se les ubica dentro de un conjunto al que pertenecen. Por ejemplo, una luz roja no nos dice nada en sí misma. Necesitamos ubicarla dentro de un código para asignarle algún significado. Si la vemos acompañada de verde y amarillo, significará “deténgase”, según el código del semáforo. En cambio, si la vemos en la ventana de una casa de barrio, un sábado por la noche, seguramente pensaremos que en ese lugar venden tamales. El valor del signo, entonces, solo existe si se le ubica en su código. Según Niño Rojas los códigos son “(…) conjuntos organizados de signos, regidos por reglas para la emisión y recepción de mensajes (…)” (2002:56). Eso significa que los códigos, además de agrupar diferentes signos, los ordenan de acuerdo con determinadas reglas.
El código más complejo y útil es el lingüístico. Semiólogos como Roland Barthes califican al lenguaje articulado como una especie de molde generador de todos los códigos que el ser humano crea. Por ello, la mayoría de autores clasifica los códigos de acuerdo con su relación con el lingüístico. Según Guiraud, existen tres categorías de códigos: lingüísticos, paralingüísticos y extralingüísticos.
Se llama códigos lingüísticos a las lenguas o idiomas con las que todas las personas del mundo se comunican. También se le llama lenguaje verbal, fónico, articulado, etc. Incluso, por antonomasia muchas veces se le conoce simplemente como lenguaje. Por otra parte, los códigos lingüísticos son llamados también lenguajes naturales puesto que cada ser humano aprende naturalmente uno, el que su comunidad utiliza. Por ello, son de naturaleza fónica: son hablados, emitiendo sonidos. La escritura de los mismos no es más que un sustituto o relevo, como veremos a continuación.
     Los códigos paralingüísticos, de acuerdo con Niño Rojas, “Son sistemas de signos que operan en estrecha relación con el lenguaje verbal, al cual apoyan, complementan o sustituyen en los procesos de comunicación.” (2002:58) Existe siempre una relación entre estos y el lenguaje articulado ya que sirven directamente a él. Por ejemplo, el movimiento de las manos cuando se habla sirve para reforzar lo dicho; los jeroglíficos intentaban traducir al lenguaje verbal, etc. Pierre Guiraud subdivide los códigos paralingüísticos en tres categorías, de acuerdo con su función. Son relevos, cuando representan los signos de una lengua de forma distinta a los sonidos expresados por la voz humana. Por ejemplo, el alfabeto escrito representa los fonemas de la lengua. Son sustitutos cuando sustituyen al lenguaje, aunque guardando una relación directa con él. Por ejemplo, los códigos ideográficos, que representan oraciones o ideas completas por medio de dibujos. Los códigos auxiliares sirven para apoyar el lenguaje, enriqueciéndolo o ampliándolo. Por ejemplo, cuando una persona platica con otra, apoya sus palabras con movimientos de manos, gestos, aproximaciones, tonos de voz, etc. Dentro de estos auxiliares están los códigos proxémico y kinésico, la voz, la entonación, la expresión corporal, etc.
Los códigos extralingüísticos son aquellos que no guardan relación con el lenguaje verbal. Tienen sus propios signos y sus propios medios expresivos. Por ejemplo, una caricatura puede decir infinidad de cosas sin acudir a las palabras. Pierre Guiraud señala tres categorías dentro de esta clase: lógicos, sociales y estéticos. Códigos lógicos son los creados por las distintas ciencias o disciplinas para crear mensajes objetivos que solo posean un significado. Por ejemplo, en las matemáticas se emplean signos como +, -, %. Los códigos sociales son aquellos que se practican cotidianamente en una determinada cultura: la forma de saludarse, las ceremonias, etc. Códigos estéticos son lenguajes por medio de los cuales las personas (los artistas) expresan su forma de ver el mundo de una manera particular.
De todas las formas con las que el ser humano puede comunicarse, la lingüística es la más efectiva y económica. Basta combinar unos cuantos sonidos para crear cualquier mensaje y construir cualquier idea. Prada Oropeza señala que la lengua  “(…) es, precisamente, una de las puertas de ‘entrada’ del hombre a su condición de tal, es decir, a su ser social y a su cultura(…)”. (1999,29).

Se puede afirmar que el nivel de desarrollo intelectual de una persona encuentra su mejor reflejo en el grado del dominio de la lengua. Los conceptos que almacenamos en nuestra mente se guardan en forma de palabras o de ideas que pueden ser traducidas a palabras.