martes, 14 de febrero de 2012

Clase # 6 y 7 Lengua y realidad


Como vimos, los signos lingüísticos son realidades abstractas en las cuales una materia significante se relaciona con una idea o concepto (significado). También vimos que no existe relación directa o inmediata entre el lenguaje y la realidad. En este capítulo resumo algunos aportes que la filosofía del lenguaje ha realizado para comprender la relación entre lengua y realidad.
Primero, ubico al lenguaje dentro de la compleja trama de relaciones simbólicas que constituye la cultura y a la cual Lotman le llamó “semiósfera”. Luego, acudo a algunos autores que han analizado la relación que nos ocupa para determinar si el lenguaje traduce, determina o vehicula al pensamiento. Finalmente, me detengo a analizar cómo la lengua constituye un “modelo” del mundo o un proceso de modelización de la realidad.

3.1. Lengua y cultura[1]

Ya vimos que los signos en general y los lingüísticos en particular no guardan una relación directa con el mundo material. Para definir a un signo, acudimos a otro signo a partir de convenciones. Las palabras se relacionan con las ideas y no con la realidad concreta.
Sin embargo, el concepto de “realidad” que cada persona tenga depende de su visión del mundo. Prada Oropeza (1999) afirma que el mundo que cada individuo conoce está previamente organizado por la cultura en la cual se inserta e integra. De esa cuenta, si bien las concepciones que cada quien tenga se insertan en el eje de la conciencia subjetiva; se nutren y tienen su origen en el eje de la sociedad en la cual el sujeto se desarrolla como tal.
Así, el mundo adquiere sentido cuando nos insertamos en él. Recibimos de nuestra sociedad una serie de valores tácitos o explícitos que condicionan nuestra visión de las cosas. El mundo adquiere sentido cuando el ser humano le aplica su sistema de valores. El hombre humaniza el mundo; lo convierte en una serie infinita de satisfactores para sus necesidades. Los valores regulan nuestra conducta y provocan las elecciones a las que la libertad conduce.
La idea de “mundo” o de “realidad” es una construcción semiótica y depende de la visión general, de las concepciones filosóficas (conscientes o inconscientes) del hombre. Sin embargo, la mayoría de personas no se detiene a meditar acerca de qué es la realidad. Da por sentado que esta es lo que rodea su diario existir. Es decir, en la cotidianidad, más que a las grandes teorías filosóficas acudimos al sentido común para conformar nuestro “criterio” o nuestras opiniones sobre lo que nos rodea. Así, Para Oropeza afirma que “(…) el mundo para el hombre común, la “realidad” es, en primer lugar, la vida cotidiana(o la del sentido común, como diría Greimas): para el hombre común, la vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por sus semejantes como un mundo coherente” (1999:24). De acuerdo con ello, la vida cotidiana con la que se enfrenta el sujeto le aporta una realidad ordenada coherentemente y en la cual se encuentran, explícitas o implícitas, relaciones jerárquicas de organización.
El hombre ingresa en su mundo y lo convierte en una serie infinita de significados y en una gran red de relaciones. A la suma total y totalizadora de estas las llama “cultura”.
Pero la cultura necesita de la lengua para manifestarse. Halliday (2001) apunta que en el desarrollo del niño como ser social el lenguaje desempeña la función más importante para la adquisición de los modelos de vida y para que este pueda actuar como miembro de su sociedad. Por medio del lenguaje el niño adopta su cultura, forma de pensar, creencias, valores, etcétera. Pero la lengua que sirve al niño y a todas las personas, es la cotidiana, la que aprende en casa, con sus amigos, en la calle. Es esta y no la académica, la que configura en mayor grado el universo de valores culturales que el niño hace suyos y que toma de su sociedad.
Por supuesto, siguiendo a Habermas, en la medida en la que el individuo desarrolla su universo moral, ensancha más sus concepciones; adquiere de otros grupos cada vez mayores, los valores que le permiten construir una moral postconvencional superior[2].
Dada la anterior definición de cultura, es necesario indagar acerca de cómo construyen las personas su universo cultural. De acuerdo con Prada Oropeza, el ser humano vive en el mundo a partir de una infinita red de relaciones significativas “(…) todo lo que toca lo convierte en un objeto con sentido humano, con sentido para el hombre; lo introduce, en suma, ipso facto, en una red de relaciones, cuya suma total y totalizadora llamamos cultura y cuyas prácticas particulares, son las semiosis constitutivas de las semióticas particulares (…)”  (1999:22)
De esa cuenta, la cultura privada de un individuo se construye a partir de los diferentes lenguajes y significados que aprende en sociedad. Por supuesto, cada individuo, a tenor con el planteamiento de Marx, modifica y transforma esos valores. En este sentido, entiendo por lenguaje a cualquier sistema de signos y significaciones por medio de los cuales el ser humano convive en sociedad. Dentro de esa gama infinita de lenguajes, la lengua es la principal fuente de creación cultural. De ahí que, “En el desarrollo del niño como ser social, la lengua desempeña la función más importante. La lengua es el canal principal por el que se transmiten los modelos de vida, por el que aprende a actuar como miembro de una ‘sociedad’ –dentro y a través de los diversos grupos sociales, la familia, el vecindario, y así sucesivamente– y a adoptar su ‘cultura’, sus modos de pensar y de actuar, sus creencias y sus valores” (Halliday, 2001:18)

3.1.1. Lengua y semiósfera

Desde la filosofía kantiana sabemos que no conocemos la realidad tal cual. La realidad se nos presenta siempre a partir de los signos que de ella hemos construido para poder conocerla. Accedemos a ella por medio de los conceptos abstractos que la traducen y perfilan. Lotman (1996) hablaba de “semiósfera” al referirse al mundo dentro del cual interactuamos con los demás y producimos cultura. Nuestra visión de la realidad depende de ese mundo de signos en el que se entrecruzan diferentes culturas, saberes, valores y juicios. Holliday señala que “Una realidad social (o una ‘cultura’) es en sí un edificio de significados, una construcción semiótica”. (2001:10)
El individuo se integra a su grupo social a partir del desarrollo de sus competencias semióticas: aprende a comunicarse a través de un idioma; se relaciona por medio de los ritos sociales; absorbe la cultura por medio de sus tradiciones. En todos esos ámbitos desarrolla competencias semióticas. Su acceso a la realidad está siempre mediado por las coordenadas culturales que su circunstancia social le aportan. Aprende a ver el mundo, la realidad a partir del prisma de los lenguajes que adquiere en sociedad. Por supuesto, su desarrollo ulterior le permitirá consolidar o modificar la cultura inicial; pero esta le sirve siempre como el punto de partida.
Ya vimos que un lenguaje es siempre la manifestación de una forma determinada –siempre parcial– de ver la realidad que comunica. El lenguaje por antonomasia es el lingüístico. Por supuesto, no es el único y, según cómo se vea, también puede no ser el más importante. Con la irrupción de los medios se privilegió la imagen como lenguaje por excelencia. Sartori afirma que vivimos en la “iconósfera” parafraseando un tanto la tesis de Lotman relativa a la semiósfera.
Pero intelectuales como Eco (2004) afirman que, mientras los apologistas de los medios alzan triunfales la voz de la omnipresencia de la imagen, el desarrollo acelerado de internet manifiesta el retorno triunfal de la palabra. Más allá de iconistas y lingüistas, lo cierto es que el ingreso a la sociedad significa la aprehensión de una serie infinita de lenguajes a través de los cuales el significado de la realidad se nos presenta.
Los diferentes lenguajes se interrelacionan y es imposible separarlos en la práctica. De hecho, cualesquiera de los lenguajes “Solo funcionan estando sumergidos en un ‘continuum’ semiótico”. (Lotman, 1996:22). Es decir, las palabras solo pueden significar algo a hablantes que comparten elementos culturales, los cuales abarcan el dominio de una gran cantidad de códigos y sistemas semióticos. Lo mismo una caricatura, un programa de televisión, un oficio religioso. Cualquier código se nutre de los otros con los que comparte la semiósfera de cada individuo o grupo. “La semiósfera es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la semiosis”. (Lotman, 1996: 24)
Las relaciones humanas solo pueden realizarse dentro de ese espacio abstracto. La construcción del significado se realiza siempre al interior de ese conjunto de sistemas semióticos. De hecho, para que algún elemento de la realidad adquiera sentido, al individuo (…) le es indispensable traducirlos a uno de los lenguajes  de su espacio interno o semiotizar los hechos no semióticos”. (Lotman, 1996: 24)
Por supuesto, tal como lo establece Lotman, lo anterior no significa una asimilación pasiva y total. Por el contrario, implica una adaptación semiótica de sus elementos al sistema semiótico propio.

3.1.2. Cultura y socialización

Dado que el individuo se inserta en un mundo cargado de significados, estos le ofrecen ya una visión particular de la vida y de la realidad. Por ello, el proceso de socialización por el que atraviesa todo individuo viene acompañado del proceso de asimilación cultural.
Pérez Gómez define a la socialización como “(…) el proceso por el cual cada individuo mientras crece y satisface sus necesidades vitales adquiere los significados que su comunidad, amplia o restringida, utiliza para desenvolverse en el escenario que habitan; ideas, códigos, costumbres, valores, técnicas, artefactos, comportamientos, actitudes, formas de sentir, estilos de vida, normas de convivencia, estructuras de poder… (…) es la herramienta central para que las nuevas generaciones incorporen las adquisiciones acumuladas durante el proceso de humanización de la especie”. (2006:7-8). El autor afirma que el proceso de socialización es básicamente conservador ya que se limita a la transmisión de significados (cultura) ya establecidos y dados como buenos. En cada sociedad se crean grupos de poder; estos detentan no solo el poder económico sino, con ello, el cultural. De esta cuenta, son quienes deciden qué es bueno y qué es malo. La transmisión de cultura (la socialización, en términos de Pérez Gómez) se convierte en un proceso legitimador del statu quo.
El mismo autor señala que los grupos de poder procuran la imposición abierta o encubierta de un modelo cultural, de una forma de ver la vida. Sin embargo, este modelo, estos significados se ofrecen como la forma más plausible de concebir la realidad. De esa manera se garantiza que esta no será cuestionada ni transformada. Cuando un ser humano toma conciencia del carácter ideológico o parcializado de los valores culturales, está en la posibilidad de vislumbrar alternativas a los mismos. Es decir, cuestiona las estructuras sociales existentes, identifica los intereses que existen en su base y propone alternativas para mejorar. Ello, obviamente, es nocivo para los intereses de los grupos que detentan el poder.

3.2. Lengua y pensamiento

Aunque los signos son realidades abstractas que solo se explican a partir de otras realidades similares, su función es instrumental: sirven para comunicar la realidad.
La relación entre lengua y pensamiento ha ocupado a varios filósofos a lo largo de la historia. En este acápite sintetizo los aportes de Conesa y Nubiola relacionados con las tres posturas filosóficas básicas al respecto:
·         La lengua como traducción del pensamiento
·         La lengua como determinante del pensamiento
·         La lengua como vehículo del pensamiento
Según los autores citados, la primera postura plantea que la lengua no es más que el signo del pensamiento; el código que traduce las ideas y los conceptos que existen en el cerebro humano pero sin “forma”. Según esta visión, el pensamiento se formaría al margen del lenguaje y podría comunicarse al ser traducido o codificado con palabras. Esto implica que lenguaje y pensamiento son dos realidades independientes.
Esta postura filosófica, desarrollada por la filosofía de la conciencia, plantea que el lenguaje es individual: cada persona “traduce” sus ideas en palabras y las comunica. Sin embargo, ha recibido varias críticas. La principal es su carácter subjetiva: si cada individuo traduce su propio pensamiento en palabras, sería extremadamente difícil coincidir con los demás y la comunicación sería punto menos que imposible.
La segunda postura es opuesta a la anterior. Plantea que el lenguaje configura completamente al pensamiento. A esta corriente se le llama “relativismo lingüístico pues planta que cada comunidad lingüística configura su propia visión del mundo. Desde el siglo 19 se realizaron investigaciones que confirmaban la relación entre la estructura de una lengua y el tipo de cultura a la que pertenece. De esa cuenta, uno de los principales principios es que “(…) el lenguaje de una comunidad es el organizador de su experiencia y configura el ‘mundo’ y su ‘realidad social’” (Conesa y Nubiola, 1999:89).
Al llevar al extremo este principio se establece que la conducta de una comunidad está determinada por la lengua que habla. Ello implica que las estructuras gramaticales no son meras fórmulas fonéticas sino son el pensamiento mismo. Conesa y Nubiola sintetizan este posutlado así: “La formulación de las ideas no es un proceso independiente, estrictamente racional en el viejo sentido, sino que parte de una gramática particular y difiere de modo muy variable de una gramática a otra”. (1999:91).
Las críticas que se hacen a esta postura confluyen en evidenciar una contradicción: si nuestra lengua configura nuestra visión del mundo, esta no podría cambiar nunca; por lo tanto, no podríamos aprender otra lengua porque ello implicaría adquirir otra visión del mundo y no podríamos tener ambas visiones a la vez. En todo caso, el relativismo lingüístico es, en sí mismo, relativo. Y, en todo caso, como señalan nuestros autores, “Parece más razonable decir que las palabras ‘predisponen’ a favor de ciertas líneas de razonamiento, en lugar de que determinan realmente nuestro pensar”. Con ello se comprende mejor la tesis de Habermas descrita páginas arriba: nacemos dentro de un universo de valores, pero este es modificado o enriquecido en la medida en que nos relacionamos con otras culturas. De ahí que nuestra visión del mundo no esté predeterminada, sino solo inicialmente predispuesta. Será el desarrollo cultural del individuo lo que marque la pauta para que su universo se ensanche o empobrezca.
La tesis que más convence a los autores que consulto para este tema es la tercera, la cual, de alguna manera, concilia las dos anteriores sin caer en el eclecticismo: el lenguaje es un vehículo del pensamiento. Este planteamiento (…) da cuenta de la vinculación entre pensamiento y lenguaje y, a la vez, de su distinción. (Conesa y Nubiola, 1999:94).
La tesis fundamental de esta postura filosófica radica en asumir que la lengua es un instrumento para la comunicación. De esa cuenta, no es una mera traducción del pensamiento, sino un vehículo (…) porque lo contiene y expresa de modo que propiamente no hay distancia entre pensamiento y lenguaje (…) el lenguaje es el vehículo del pensamiento porque contiene lo pensado. (…) np es un vestido o revestimiento externo del pensamiento, sino que es esencial al pensamiento” (ibídem).
Esos significa que no pueden presentarse ambos por separado, tal como lo establece la teoría de los signos: siempre que hay un significante, es porque existe un significado y viceversa. El dominio de una lengua presupone el conocimiento de la realidad que esa lengua presupone y de la que trata. Por ello, aunque el lenguaje contiene al pensamiento, lo transporta, no lo determina. De ahí que pensamiento i lenguaje sean dos caras de la poiesis, característica esencial y primordial del ser humano.

3.3. Lengua y modelización del mundo[3]

Ya sabemos que la lengua no es un reflejo directo de la realidad. Como vehículo del pensamiento solo puede reflejar una parte del mundo externo: la que la persona conoce. Por ello, cada individuo conoce solo algunos aspectos de la realidad. Nunca todos. Esos conocimientos que obtiene le hacen construir, en su mente, un modelo del mundo. Así se entiende mejor la afirmación popular de que cada cabeza es un mundo.” En realidad, en cada cabeza humana se construye una interpretación parcial del mundo. Por ello, un mismo hecho o fenómeno genera infinitas interpretaciones. Cada interpretación responde a esa visión que de la realidad posee cada persona.
Ahora bien, nuestra visión del mundo solo la conocemos por medio de la lengua que usamos. Por lo tanto, nuestro lenguaje solo podrá nombrar la parte del mundo que conocemos y, en consecuencia, también comunicará el modelo que de la realidad tengamos. La lengua constituye, entonces, una modelización de la realidad. Esto significa que cada hablante comunica con las palabras los conocimientos que posee.
La cantidad de palabras que se dominen traducen la cantidad de conocimientos que se posean. A mayor dominio de vocablos, mayor desarrollo de ideas, y viceversa. Ahora bien, una persona solo posee los conocimientos que su lengua le permiten conocer. Eso significa que no existen conocimientos sin palabras o signos que los comuniquen.
Los límites del conocimiento de una persona se evidencian en el lenguaje que utiliza. Es decir, cada ser humano conoce lo que las palabras que domina le permiten conocer. Cuando se adquiere un conocimiento nuevo es necesario aprender también una o varias voces nuevas. Si esto no ocurre, es necesario asignar un nuevo significado a una palabra que ya se utilizaba pero de manera diferente. Por ejemplo, cuando empezamos a estudiar lógica, necesitamos aprender palabras nuevas como silogismo, falacia, premisa. Al conocer estas empezamos a conocer su significado y a dominar la lógica.
Pero las palabras son sociales. No las crea y utiliza un individuo a su antojo. Las comparte socialmente. Por lo tanto, lo mismo le pasa a los pueblos. Cada grupo social utiliza determinadas palabras. Cuando llega un conocimiento nuevo se hace acompañar también de palabras nuevas. Ahora se habla de chatear, de un sitio en la web o de utilizar el ratón. Estas palabras y frases eran imposibles hace unos veinte años.
Esto también ocurre en grupos más específicos o en diferentes estratos sociales. Quien vive en una ciudad, desconoce las diferentes especies de plantas que crecen en el campo. Puede decir cómodamente monte y en esa palabra engloba por lo menos unas veinte especies diferentes de seres vegetales. En cambio, un campesino sabe diferenciar cada una de esas especies, conoce su utilidad y algunas características. Por ello, puede nombrar cada planta con una palabra específica. Lo que nuestro vocabulario y conocimiento citadinos reduce a una palabra, en el campesino se manifiesta en veinte distintas que reflejan veinte conocimientos específicos y diferentes.
Por lo tanto, la lengua no es una copia directa de la realidad. Solo constituye una forma de ordenar, en el pensamiento, los datos que conocemos de la realidad. Un idioma, como el español, sirve como vehículo a cierto número de usuarios para comunicar sus pensamientos. Cuando en el habla no existen suficientes palabras, se tiene que construir nuevas: se le prestan a otra lengua, se utilizan viejas palabras con nuevos significados, se construyen nuevas, etc.
De lo anterior se deduce que si existen muchos idiomas en el mundo es porque existen muchas formas de conocer la realidad. Cada idioma ofrece muchas palabras y construcciones que permiten a sus hablantes conocer el mundo. Como afirma Mounin, (...) cada lengua corresponde a una reorganización, que puede siempre ser particular, de los datos de la experiencia; (la estructura) de la lengua es precisamente la manera según la cual se analiza, se ordena y se clasifica la experiencia común a todos los miembros de una comunidad lingüística determinada. (Mounin: 1976:63). Por ejemplo, nosotros nombramos el agua congelada en las regiones polares con el nombre nieve Sin embargo, las culturas aborígenes de Canadá poseen 14 palabras para nombrar a igual número de realidades diferenciadas que para nosotros serían simplemente nieve.
El hablante de un idioma determinado mira el mundo de acuerdo a como su lengua lo tenga organizado. Ello se demuestra en el hecho de que para aprender un idioma no basta con traducir las palabras. Es necesario aprender a pensar en él; a concebir al mundo desde el prisma que esa lengua le ofrece. El propio Mounin continúa diciendo al respecto (...) cada lengua refleja y comporta una Weltanschauung, una visión del mundo; que una lengua es un prisma a través del cual sus usuarios están condenados a ver el mundo (...). (Ídem: 63).
Por supuesto, cada hablante posee su idiolecto; su forma particular de utilizar la lengua de su comunidad. Aunque un grupo de personas hable el mismo idioma, cada uno lo hace de diferente manera. Existen tantos idiolectos como personas hablantes de una lengua. Eso le permite a cada individuo modificar o profundizar la visión del mundo que su lengua le ofrece. Empero, cualquier nueva propuesta de visión del mundo tiene como base y como génesis la sustentada en la estructuración de la lengua en que se escribe.
Ahora bien, la lengua responde a las necesidades comunicativas que tengan sus hablantes. Ese prisma que constituye la lengua se construye a partir de la realidad cultural de su sociedad. Es decir, existe una relación dialéctica entre lenguaje y cultura. La realidad cultural moldea la realidad lingüística. A la vez, la realidad lingüística modeliza la mentalidad de los individuos de su sociedad.
Cuando los españoles conquistaron a los pueblos aborígenes de América, les impusieron su lengua. Al aprender a hablar español los americanos adquirieron muchos patrones culturales y mentales europeos. Sin embargo, no desaparecieron a la cultura aborigen. La realidad geográfica les demandaba conservar inalterables muchas de las relaciones hombre - naturaleza establecidas a lo largo de los siglos. De esa cuenta, el español hablado en América fue paulatinamente diferenciándose del hablado en España. Se impregnó de muchos vocablos y frases propias de los lenguajes aborígenes. Esos cambios ocurridos en el idioma respondían a las necesidades comunicativas propias de la cultura de los pueblos americanos conquistados.
Se dice que un lenguaje es una modelización del mundo porque constituye un modelo o molde que sirve a los hablantes para conocer e interpretar la realidad. Si una persona viaja a un lugar lejano y desconocido, observa muchas cosas que no conoce. Cuando regresa y quiere transmitir sus nuevos conocimientos, busca en sus palabras los moldes para esos conocimientos. Por ejemplo, cuando Marco Polo viajó por Asia se encontró con un animal que tenía un cuerno a mitad de la cara. No existía en Europa un animal parecido por lo que tuvo que compararlo con un “unicornio”, animal mitológico ya existente en la cultura europea. El molde de su idioma le ofrecía esta palabra. Como no era exactamente un unicornio, utilizó otros adjetivos como “gordo”, “rugoso”…, por lo que en la mentalidad europea se asumió que se trataba de una especie de caballo gordo con un cuerno. El animal que trató de describir era un rinoceronte el cual, visto ahora, desde nuestra realidad cultural, no se parece a un caballo. Por supuesto, los nativos de los lugares visitados poseían ya una palabra específica para nombrar a estos animales (el equivalente a nuestra palabra “rinoceronte”). Como las comunicaciones en aquellos siglos eran mucho más lentas, pasaron muchos años para que se enmendara el error.

 



[1] Las siguientes páginas fueron tomadas (con las supresiones y los agregados pertinentes) de mi tesis doctoral Cultura privada y actitud académica del estudiante universitario.
[2]     Habermas plantea tres estadios en el desarrollo moral del individuo: en la etapa pre-convencional el individuo hace suyos valores impuestos por una autoridad: los padres, líderes religiosos, etcétera. En la etapa convencional, el individuo se inserta en su comunidad, hace suyos los valores de esta y los practica. La etapa pos-convencional es la de la autonomía moral. El individuo ensancha los horizontes de su cultura originaria; tiende un diálogo entre sus valores y los de otras latitudes; a partir de ello, descarta valores de su propia cultura que puedan ser contrarios a su visión del mundo y enriquece sus valores con los provenientes de otras culturas que puedan ser más congruentes con los valores humanos universales. Todo ello ocurre con la intermediación de la lengua, como soporte del pensamiento.
[3] Este texto fue tomado del documento Identidad de la literatura hispanoamericana. Le realicé algunas modificaciones mínimas para mis estudiantes de Lingüística general. 

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